La función o funciones que supuestamente debería tener la Universidad es un problema que siempre ha llevado de cabeza, y al que aún nadie ha sido capaz de dar una respuesta medianamente definitiva y clara. Hay demasiados intereses en juego y la Universidad es un pastel que a muchos les apetecería dominar.
Manuel, uno de los colaboradores de La Ciencia y sus Demonios, publicó hace unos días este post dedicado a las capacidades con las que al parecer llegan los alumnos a las universidades españolas. El tema daba para discutir mucho, lo que de hecho se refleja en los comentarios del post. Estuve a punto de unirme a la juerga, pero ya había demasiados comentarios que quería también contestar, y como entonces el mío iba a quedar un poco largo, he preferido dejar mi reflexión como post en mi blog.
Yo no llamaría a Manuel fascista por sus ideas, simplemente diría que tiene una visión muy parcial de la realidad, aunque hablando de la educación preuniversitaria, casi se está acercando a algunos de los porqués que explican que la Universidad sí tiene que ser café para todos. La educación preuniversitaria pública es muy deficitaria en España, tanto en motivación como en contenidos, respecto a los requerimientos que serían deseables para empezar una carrera universitaria. Además, con la paulatina desmotivación del profesorado de las escuelas públicas, el empeoramiento de sus condiciones laborales, y la soterrada desestructuración de la educación pública en algunas comunidades autónomas (veasé la Comunidad Autónoma de Madrid), la situación está empeorando. Si se elevan los baremos de evaluación de entrada a la Universidad pública, estaremos creando una injusticia más dentro del actual injusto sistema social: solo las clases acomodadas que pueden dar una mejor educación, aunque sea ligeramente, a sus hijos, pagando centros privados o subvencionados, podrían tener el privilegio de acceder a estudios superiores. De nuevo, volveríamos a tener una Universidad pública elitista y socialmente injusta.
Aún más. Manuel, al decir que si bien todo el mundo tiene derecho a una educación, ese derecho se reduce a la adquisición de unas meras herramientas que ya proporciona la enseñanza obligatoria, desconoce por completo las necesidades educativas y las prioridades que imponen para cada rango de edad -las ciencias pedagógicas se han encargado de estudiarlo durante muchos años-. Es descabellado creer que una educación básica confiera habilidades tales como el pensamiento crítico, la oratoria o la escritura argumentada. El desarrollo cognitivo tiene sus fases y es desastroso para el estudiante acelerarlo. La Universidad es la que da esas capacidades mediante el contacto directo con la generación de conocimiento y la discusión académica, y esas habilidades, entre otras, son las que construyen poco a poco una sociedad madura que tiene más posibilidades de desarrollar un progreso y un mayor bienestar social.
La visión de Manuel no me extraña en absoluto. Es una visión muy bien introducida durante años en la comunidad universitaria: aquella que aboga por la excelencia académica y la competitividad. Nuestros abuelos consideraban que tener un título universitario era garante de medrar económicamente, porque muy pocos de ellos tenían acceso a una institución academicista y elitista y, por tanto, el mercado laboral era capaz de absorber a los profesionales recién titulados. Esa ha sido desde entonces la principal visión social de la función de la Universidad: una fábrica de profesionales. Así, cuando se abrieron las puertas de la Universidad a un sector más amplio de la población, todos quisieron su título, pero el mercado laboral ya no pudo con la oferta de titulados. Entonces se inventaron los másteres, los cursos de posgrado, las prácticas en las asignaturas y en las empresas, las estancias en el extranjero... pero el mercado laboral seguía sin poder con todos. La población universitaria y titulada se vió cada vez más frustrada y engañada porque no obtenían nunca lo que se les había prometido.
Pero la Universidad no tiene como única función ser una fábrica de profesionales. La Universidad es ante todo el lugar de creación y difusión del conocimiento. Y por supuesto, la competitividad a nivel de enseñanza superior no es un principio que debiera regir las funciones de la Universidad, sino la cooperación, la solidaridad y la colaboración. El flamante EEES que se nos impuso y por el cual la mayoría de los docentes no parecieron preocuparse ha establecido precisamente ese principio de competitividad formalmente. Veremos, queridos docentes, cuando se os diga que ni las filologías, ni la historia, ni las ciencias políticas son precisamente muy competitivas. Y no digamos la influencia de este ánimo productivista en la investigación universitaria, ya de por sí mal organizada y mal pagada ¿Cuánta ciencia básica se va a financiar si no es competitiva ni productiva en términos económicos?
Y hablemos de excelencia académica ¿Dónde está esa excelencia académica en gran parte del cuerpo docente? Porque por ahí aún no os han tocado -acertadamente, he de decir-. Preveo que cuando os metan mano en la excelencia académica de los contenidos y continentes de vuestra labor docente ya será demasiado tarde. Y será demasiado tarde porque habrán conseguido atomizar tanto a vuestro corporativista sector con los innumerables modelos de contratación y condiciones laborales, que ya, por lo legal, no podréis hacer nada. Y a muchos docentes universitarios, si ahora les metieran una auditoría de calidad con consecuencias, les iban a dar una soberana patada en el culo, al descubrir que hay departamentos impartiendo conocimiento de la Edad Media, o simplemente no impartiendo nada de nada y llendo yendo a las clases a contar la vida de uno o las noticias de los periódicos. A lo mejor, antes que preocuparse por la excelencia académica con la que vienen los alumnos, habría que ver qué clase de excelencia académica nos están vendiendo los docentes de las universidades públicas españolas. Lo dicho, cuando os queráis enterar, será demasiado tarde.
Y, por último, los licenciados, diplomados, ingenieros, etc. de los últimos años, no estarán trabajando como profesionales de su titulación en la actualidad. Pero, como ya he dicho, no será por su falta de excelencia académica, sino porque el mercado laboral no ha podido absorber la oferta. Lo que sí me da es que gracias a la enseñanza que han recibido de la Universidad, el contacto con una visión más amplia del mundo, han sido los que han conformado una nueva sociedad española que ya no se deja estafar tan fácilmente, que ha hecho disminuir los cacicazgos, que critica a sus gobernantes, que ha exigido mejoras en las condiciones sociales, que ha salido a partirse el lomo fuera del pueblo por otros con menos oportunidades y que se cuestiona en blogs el futuro de la Universidad. Y eso no es fruto ni de la competitividad, ni de la enseñanza básica, sino de la verdadera excelencia académica de la Universidad, que es el fomento del cuestionamiento del mundo con conocimiento de causa.
Y ya no hablo de mis ideas de cómo debería gestionarse una Universidad según mis principios libertarios que me da la risa. A lo mejor, para otro post.
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