viernes, 3 de septiembre de 2010

A veces hay que ser un gilipollas; a veces, un meapilas

La charleta de Phil Plait, Don´t be a dick (No seas un gilipollas), ha generado un debate dentro de la comunidad escéptica -sea lo que sea eso, como dice @elnocturno- más que interesante. Evidentemente el impacto ha sido más intenso en los blogueros anglosajones, aunque entre los hispanos también ha habido bronca.

P.Z. Myers, sirviéndose de su acidez habitual que tanto nos gusta a los que le leemos, se ha declarado salvado por la gilipollez; en el blog Why evolution is true, con intervención de Richard Dawkins en los comentarios, se defienden argumentando que Phil no nombró nunca a ninguno de los que serían ejemplo de escépticos gilipollas y que es imposible mantener la calma con personas que velada o explícitamente te lanzan acusaciones o insultos. Finalmente, @elnocturno, hace una reflexión en su blog sobre la necesidad de ser ácido, sarcástico e incluso ofensivo con las creencias, pócimas, sortilegios y estupideces de los charlatanes, precisamente pensando en el tercer observador, ese silencioso y que puede caer en las mamarrachadas del charlatán, al cual nunca se va a conseguir hacer razonar, consciente o inconscientemente, por motivos económicos o por motivos de estupidez.

Efectivamente, cuando se está en frente de un charlatán, fanático, estafador, cura, rabino, pastor o cualquier vendehumo que queramos imaginar, lo mejor que uno puede hacer es tomárselo a guasa o irse a dedicar su tiempo en cosas de más provecho. Cualquiera que haya intentado razonar amablemente con uno de estos engendros habrá tenido que enfrentarse a un continuo despliegue de argumentos circulares, falacias y preguntas no contestadas. Cuando no, habrá recibido maldiciones, insultos, desprestigio y, lo más desgastante, alguna bendición o buenos deseos de guante blanco para terminar una conversación incómoda con la intención de presentarse como elementos de una moral más elevada que la de uno. A estos se les pueden añadir los que conforman el brazo armado de la charlatanería, los cuales han decidido dejar en el sótano de casa la más elemental lógica en pro de la defensa de sus maestros, como bien los describe Mauricio.

El ateo, escéptico o librepensador militante que sabe bien la clase de ralea a la que se enfrenta, tiene como mejor arma no solo sus conocimientos académicos, sino además todo su arsenal de ironía, sarcasmo, retórica y humor para hacer quedar como completo estúpido al charlatán delante de sus potenciales víctimas. Y es que de eso se trata, de ridiculizar imbecilidades que, en la mayoría de las ocasiones, son perniciosas -de forma demostrable, no como los miedos atávicos que infunden en su victimario los profesionales de la charlatanería- para el ser humano. Como alguien decía por ahí, si no quieres que me ría de tus creencias, no tengas creencias tan graciosas.

Pero hay otro sector que es en el que creo que estaba pensando Phil en su charleta. Aunque creo que erró en considerar que los escépticos que él tiene por gilipollas hablan para ese sector a menudo -no nos hagamos los tontos, Phil, Dawkins y Mayer estaban en la cabeza de todos-. Ese sector es la señora que te vende el pan, el tipo con el que te tomas un café, tus padres, tu abuelita que va a misa de domingo,... Yo no creo que ese sector no sea importante. De hecho, creo que es el más importante. Y no hay que esperar a participar en una mesa redonda en el salón de actos de la universidad de la conchinchina para ofrecer nuestra visión a esas personas. Hay que salir más a la calle, muchachada. Se puede aprovechar casi cualquier momento en la cotidianeidad de uno para destruir las redes de la desinformación que los charlatanes tejen a nuestras espaldas aprovechando la ignorancia de la gente. Y, a esa gente, no se le puede hablar como un gilipollas, hay que ser un poco meapilas. A mi abuela no puedo llegarle y contarle que puede que Jesús de Nazaret ni tan siquiera existiese citándole sesudos artículos académicos; menos decirle que su creencia es una estupidez. Pero sí he conseguido hacerle razonar que el ateismo es una opción válida, que los ateos tenemos derecho a existir, que podemos ser tan buenos o tan malos como cualquier católico y que los curas son humanos como todos y que pueden tener intereses propios en detrimento de los de ella. Mi abuela ha terminado siendo una ferviente católica proaborto y prodivorcio. Ahí es ná. Y todo con mano izquierda, paños calientes y meapilismo.

Una señora devota de la virgen de Guadalupe ha terminado sabiendo qué es un ateo; mi cuñada poco a poco va convenciéndose de que las historietas espiritescas de fantasmas y espectros varios que cuentan paniaguados en la televisión son eso, historietas. Y todo con meapilismo.

En definitiva, que veo más importante atender a, lo que llamaría alguien, gente normal y corriente -debe ser que hay quien no lo es- si lo que uno quiere es, no cambiar su manera de pensar, sino aportarle más datos e información en su vida, enriqueciendo su visión del mundo. A muchos escépticos yo creo que lo que les ha pasado es que han hecho de su militancia un circo particular en el que disfrutar de los aplausos de su parroquia mientras se dan algo de autocomplacencia. Aunque, después de muchos sinsabores, también tenemos derecho, ¿no?

Y si te encuentras a algún escéptico demasiado gilipollas siempre puedes seguir estas estrategias.

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