No puedo evitar relacionar dos hechos ocurridos el pasado 15 de diciembre. Voy a permitirme la licencia de relacionar ambos con el cáncer. Un cáncer de esófago ha logrado que Christopher Hitchens ya no se encuentre entre nosotros. Un tumor maligno ha aparecido en el Estado mexicano en forma de modificación del artículo 24 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos que versa sobre la libertad religiosa y la laicidad del Estado.
Christopher Hitchens en el Amaz!ng Meeting de 2007 |
No voy a relatar aquí quién era y qué hacía el periodista y escritor Christopher Hitchens porque ya se ha hecho suficientemente, y seguramente mejor, en las numerosas muestras de aprecio y agradecimiento ante su muerte. Una muerte que, a pesar de las terribles condiciones que tiene que afrontar alguien con un cáncer, fue ejemplo de dignidad humana. No hay nada de digno en la muerte, pero sí en la forma de afrontarla. Hitchens era un ateo beligerante y mantuvo su coherencia hasta sus últimos días, a pesar de los continuos llamados a una conversión desesperada. Algo hay de miserable en la religión que la lleva a no respetar siquiera al agonizante. Pero ese cáncer no logró desarrollarse en su pensamiento.
Christopher Hitchens no aceptó nunca en vida los totalitarismos ni las imposiciones, considerando a la religión como una de las formas más abyectas de sometimiento. Me pregunto cómo habría hecho para afrontar ese otro cáncer que comenzó a gestarse el mismo día de su muerte en la laicidad del Estado mexicano en uno de sus flancos más frágiles, la educación.
La Cámara de Diputados de México aprobó el pasado 15 de diciembre una reforma al artículo 24 de la Constitución. Dicha reforma, en su primer párrafo, garantiza la libertad de culto y de expresión pública de la religiosidad, quizá mejor que en su anterior redacción. Sin embargo, por la puerta de atrás, en un segundo y último párrafo, con un retorcido -y me atrevería a decir que hasta gramaticalmente incorrecto- lenguaje, se ha abonado el campo para la entrada del adoctrinamiento religioso en la educación pública.
México es un pais católico con más del 89% de su población que se declara como tal en el último censo del INEGI. Sin embargo, hasta el momento, el Estado no podía favorecer de manera alguna a la institución que representa a esta religión y que es depositaria de su doctrina. Si bien es cierto que con la redacción de la reforma del artículo 24 el Estado sigue sin estar obligado a beneficiar a ninguna creencia, el último párrafo tiene una estructura lo suficientemente ambigua como para estar sujeto a la interpretación de que pudiera estar obligado ante una demanda de la población. Dice dicho párrafo:
"[...]el Estado repetará la libertad [...] para garantizar que los hijos reciban la educación religiosa y moral"
La interpretación de este párrafo podría ser la del reconocimiento del derecho de los padres a educar a sus hijos en los valores que estimen oportunos. Sin embargo, la introducción del verbo "garantizar" supone algún tipo de obligación del Estado para con los padres que demanden educación religiosa para sus hijos. Con esta interpretación, la Iglesia Católica solo tendría que instigar a su comunidad a exigir dicha educación en las escuelas públicas para que apareciese de forma paulatina, como un cáncer, dicha asignatura. Las condiciones de impartición de la asignatura de religión (católica) en las aulas públicas, su obligatoriedad u opcionalidad, la financiación, selección y condiciones laborales de los profesores encargados de ella, aún son un misterio. En mi pais, España, existe la asignatura de religión (católica) opcional -en ocasiones sin alternativas y con valoración en los promedios de calificación del alumno-, impartida por maestros pagados por el Estado, pero cuyas selección, control y condiciones laborales están supeditadas a la Iglesia Católica. Es un ejemplo.
Christopher Hitchens no pudo vencer un cáncer para el cual las herramientas de la racionalidad, el conocimiento y la defensa de la libertad eran inservibles. El cáncer de la adoctrinación religiosa desde temprana edad, cuando aún no hemos desarrollado ni las más básicas capacidades de razonamiento crítico para poder elegir en libertad, es también difícil de detener en una sociedad con una metástasis ya avanzada y a la cual, al fin y al cabo, se deben en sus decisiones los gobernantes. El cáncer de esófago que apagó la voz de Christopher Hitchens posiblemente tendrá una solución en el futuro, no fruto precisamente de oraciones, de la providencia divina, o de primitivos cuentos para cabreros de la Edad Antigua, sino del progreso del conocimiento humano. Y quizá el tratamiento para este cáncer vea la luz mucho antes de atajar la continua expansión del cáncer religioso, el cual, como en el caso de México, parece renacer siempre de sus cenizas en el momento más inesperado.
Como dije antes, me pregunto cómo habría enfrentado Hitchens este nuevo embate contra la laicidad del Estado. Lo que sí sé es qué se puede intentar hacer. La reforma del artículo constitucional necesita ser refrendada ahora en el Senado de la República para que tenga efectos legislativos definitivos. La Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) es la encargada de velar por la defensa jurídica de los principios constitucionales. La reforma del artículo 24 entra en seria contradicción al poder interpretarse de la manera expuesta con los principios educativos recogidos en el artículo 3. Para que la Corte determine si esto es así, se debe interponer una acción de inconstitucionalidad. Pero la acción solo puede ser presentada por diputados o senadores que constituyan un mínimo del 33% de alguna de las cámaras, o por la Procuraduría General de la República. Como lo veo, aún arriesgándome a ser expulsado del pais en virtud del infame artículo 33 -cuya redacción también ambigua sí que atenta contra los derechos humanos y no parece alarmar a diputados ni senadores-, llamo desde aquí a todos los nacionales mexicanos, creyentes o no, a defender la laicidad de su Estado, exigiendo a los funcionarios que, no olvidemos, les deben su servicio y trabajo, interpongan dicha acción de incostitucionalidad, o, en el caso del Senado, rechacen o modifiquen la reforma del artículo 24.
El cáncer se llevó a Christopher Hitchens. No dejemos que el cáncer de la religión contra el cual luchó toda su vida se lleve también la laicidad del Estado mexicano, y, con ella, parte de nuestra libertad.
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